Jujuy cuartel general del Ejército de Norte
Desde Jujuy, Manuel Belgrano envió una carta al Triunvirato
explicando brevemente la situación en la que se encontraba la región, esperanzado en
que el retroceso de parte del ejército realista hacia Cochabamba le diera tiempo de
organizar sus fuerzas, para seguir hasta Humahuaca y de allí a Suipacha; esperaba sacar
provecho del hecho de que el enemigo se concentraba en Cochabamba.
En Jujuy, la tarea de Belgrano se centró en el
adiestramiento, equipamiento y engrosamiento del ejército. Para ello comenzó con el
reclutamiento de soldados, a través del enrolamiento de hombres jóvenes de la
ciudad y el campo, indígenas, mestizos y criollos, se solicitaban hombres entre
16 y 35 años, preferentemente solteros. En el campo, se comenzaron a organizar
las primeras milicias de gauchos, que conocían perfectamente el campo y la
geografía local. En la Quebrada se incorporó, en
poco tiempo, más de 160 reclutas efectivos al ejército revolucionario, los que
se encontraban recibiendo las instrucciones militares al momento del Éxodo.
El proceso de reclutamiento en territorio jujeño, si bien
aumentó mucho el número de las tropas, la mayoría estaban en proceso de aprendizaje de
los mínimos rudimentos militares, tampoco tenían armas suficientes para todos y la
mayoría no sabían usarlas, El número de bocas para alimentar aumentaba en igual
proporción que la carestía de alimentos y la falta de brazos para levantar las cosechas. A
mediados de 1810, en la campaña de Jujuy recién se estaba recuperando la producción
agrícola desbastada por las sequías de los años precedentes. La militarización de la
población campesina y el consecuente abandono de las tareas de campo, contribuyó a
intensificar la escasez de bienes de consumo; la situación de insuficiencia de
alimentos se incrementó con las exigencias de víveres por el ejército. Las requisas y
“adquisiciones” del ejército revolucionario, en teoría, debían pagarse a sus
propietarios; para ello, se implementó un sistema de “recibos” que los oficiales del ejército debían
dejar a los dueños de los bienes confiscados y que el gobierno central se encargaría de
efectivizar. El cabildo de Jujuy, agobiado por la falta de alimentos y las solicitudes de
empréstitos a la población se quejaba contantemente al Triunvirato.
LA MAESTRANZA
Estando el ejército en Jujuy, se incorporó el barón Eduardo
de Holemberg -llegado de Buenos Aires-, a quien el general Belgrano encargó la
organización de la maestranza y todo lo relacionado con la artillería del ejército; fue así
que creó una fundición de armas de guerra, donde se fabricaron gran cantidad de obuses e
incluso intentó fundir cañones, parece que con poca suerte. Las piezas de artillería más
importantes llegaban desde Buenos Aires, fabricadas en el Parque de Artillería. En
Córdoba había una fábrica de pólvora y en Tucumán se construían las cureñas para cañones,
carretas, monturas, portafusiles y otros elementos necesarios para la guerra.
Las cartucheras tucumanas fueron rápidamente reemplazadas por las fabricadas en la
maestranza de Jujuy, debido a no se ajustaban a las armas que poseía el ejército (fusiles
y carabinas). Se levantaron cuatro hornos de fundición, donde trabajaban maestros
fundidores. La maestranza concentraba gran cantidad de mano de obra, tanto
especializada (artesanos) como no calificada y en su seno se producía una
diversidad de bienes destinados al equipamiento de las tropas. La fabricación y
reparación de armamento de guerra, tales como cuchillos, lanzas, sables, bayonetas,
picos, palas, cañones, estaba dirigido por artesanos expertos, maestros armeros, herreros,
plateros, talabarteros y hasta carpinteros, trabajadores altamente calificados,
muchos de ellos forasteros, que a su vez estaban organizados jerárquicamente en maestros
mayores y maestros subalternos, mientras que la mano de obra no calificada se
encargaba de los pasos productivos más rudimentarios.
Mientras que los herreros, armeros y fundidores, se abocaron
a la producción y reparación de armas y herraduras Belgrano también había
arbitrado lo necesario para la fabricación de pólvora en Jujuy. El trabajo de
sastres y costureras tuvo gran demanda durante la guerra, en la elaboración de uniformes para las
tropas. El trabajo del sastre gozaba de mayor consideración y a ellos se les encargaba la
confección de uniformes
para los oficiales de alto rango, que se pagaba según la
calidad del artesano y del paño empleado. En general, el trabajo de las mujeres costureras
estaba dirigido a la fabricación de las prendas de los soldados (camisas,
pantalones) y sus remuneraciones estaban en relación a la cantidad de las ropas
confeccionadas, no a su calidad. Los sombrereros también gozaban de gran requerimiento, así
como los zapateros que
manufacturaban las botas. Una de las carestías era la falta de una vestimenta adecuada, sin ninguna divisa
militar.
En el ejército revolucionario la mayoría de los soldados vestían “a lo
paisano” aún los oficiales, de allí la importancia que se le diera a la confección de
uniformes con buenos paños y, especialmente de calzado apto para el suelo montañoso y
bosques con espinos.
La maestranza fue una experiencia surgida de las necesidades
de la guerra, que duró mientras ésta estuvo vigente. El conglomerado de gente que
trabajaba en su seno comprendía a todos los sectores étnicos: esclavos y libertos
pertenecientes a las castas, distribuidas entre negros, pardos, morenos y mulatos;
indígenas, mestizos y españoles.
Además de la manufactura y reparación de armas y uniformes,
en la maestranza se fabricaban y reparaban monturas, caronas, aparejos,
estribos, riendas, guardamontes y todo lo necesario para cabalgar, labores en las que se
empleaban a talabarteros. La “fabrica” organizada en la ciudad de Jujuy partió con el
Éxodo y se reorganizó, en Tucumán y luego de la batalla de Salta regresó a Jujuy.
Textos extraídos y sintetizados del libro “El Éxodo 1812 Jujuy” Ed. Gobierno de la
Provincia de Jujuy. Agosto 2012